
En la cultura popular y en muchas catas profesionales, el agua suele verse como un simple complemento para hidratarse entre sorbos de vino. Sin embargo, Mina Carlin, reconocida sommelier mexicana y especialista en bebidas, asegura que este líquido esencial tiene un papel mucho más profundo en la experiencia enológica: “El agua es muchas cosas, excepto simpleza”.
En el último capítulo del pódcast ReWine, Mina compartió su visión y conocimiento acumulado durante más de una década, revelando cómo la elección del agua —su origen, composición mineral, temperatura y hasta el tipo de hielo— puede realzar o sabotear por completo un vino.
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De la gastronomía al vino… y después al agua

Mina Carlin inició su formación como licenciada en gastronomía, pero su camino se desvió hacia el vino cuando buscaba una herramienta que complementara sus creaciones culinarias. Esa búsqueda la llevó a certificarse como sommelier por instituciones como la Court of Master Sommeliers y la Society of Wine Educators.
Años después, una propuesta de Nestlé Waters en 2016 la conectó con un nuevo universo: el del agua. Desde entonces, Mina ha desarrollado catas especializadas, colaborado con marcas como San Pellegrino y Aqua Panna, y se ha convertido en una voz clave en la Fine Water Academy.
“Empecé aplicando lo que sabía del vino al agua. Lo demás lo descubrí en el camino, a través del ensayo y error”.
Agua con terroir: tipos, estilos y etiquetas
En sus catas, Mina clasifica el agua de manera similar al vino:
- Por origen:
- Purificada: tratada y remineralizada por el ser humano.
- Natural o de manantial: mineralización natural sin intervención más allá del embotellado.
- Por estilo:
- Con o sin gas.
Además, recomienda prestar atención a las etiquetas, que revelan detalles clave como el contenido mineral o el método de gasificación:
“Así como en el vino leemos la procedencia y el año, con el agua también debemos aprender a interpretar su historia”.
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¿Catar agua? Sí, y con protocolo
Aunque parezca sorprendente, existe un protocolo para catar agua. Según Mina, estos son los pasos esenciales:
- Visual: Observar claridad y, si tiene gas, analizar el perlado de las burbujas.
- Olfativo: Detectar defectos (cloro, humedad, fierro) y aromas frescos, herbales o florales.
- Gustativo: Evaluar la frescura, textura, salinidad, acidez, amargor y astringencia.
“La frescura es lo primero. Si no te refresca, no cumple su función”, afirma.
El impacto real del agua en la percepción del vino
Durante sus catas, Mina demuestra cómo el agua puede potenciar o arruinar una copa de vino. Ha visto cómo aguas con alto contenido de minerales pueden borrar la persistencia del vino o, por el contrario, elevar su expresión aromática y gustativa.
“Puedes tener un vino excelente, pero si le pones una mala agua, le quitas impacto. Y viceversa: un vino sencillo puede mejorar si lo acompañas con un buen agua”.
También advierte sobre el hielo: “Si ya invertiste en una buena agua, no la arruines con hielos industriales de origen dudoso”. Su consejo: enfriar el agua como se enfría el vino, sin hielo o con hielos hechos con la misma agua.
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Aguas de autor, concursos y lujo embotellado
El mundo del agua premium está creciendo. Existen concursos internacionales que comparan aguas por origen (glaciares, acuíferos, lluvia), y ya hay marcas que venden botellas a cientos —o miles— de dólares.
También emergen las llamadas aguas de autor: marcas diseñadas en colaboración con sommeliers que crean perfiles minerales específicos para acompañar vinos concretos.
“El agua es un vehículo de sensaciones. Es geología embotellada, una cápsula del tiempo que conecta con nuestro cuerpo”.
Un llamado a la conciencia hídrica
Más allá del maridaje o la experiencia sensorial, Mina invita a reflexionar sobre la responsabilidad que tenemos frente al agua:
- Cuidar las fuentes naturales.
- Exigir transparencia en etiquetas.
- Evitar el desperdicio y la contaminación.
“Una botella de agua de manantial es un lujo. Si no cuidamos el entorno, un día no tendremos ese privilegio”.
¿Cómo empezar a notar la diferencia?
Mina propone un ejercicio sencillo: preparar café con dos tipos de agua —una purificada y otra de manantial— y comparar. “La diferencia es tan obvia que nunca volverás a ver el agua igual”, concluye.
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